viernes, 14 de diciembre de 2012

Singladura

Singladura, de Manuel Moyano

 A lo largo de ese día, el viajero recorre a pie las desoladas llanuras de la tundra, navega en una goleta sorteando gigantescos témpanos de hielo. Bucea a pulmón entre silentes bosques de coral y de madrébora. Se enfrenta a una horda de caníbales. Asciende a la cumbre donde un ídolo de oro le dirá su porvenir. Enamora a la hija de un rey, mata a un oso con el mero auxilio de una daga. 
Es tan sólo al término de esa larga jornada, mientras cae la noche, cuando el viajero escucha como alguien le indica en tono apremiante que ya es hora de cerrar y que debe abandonar inmediatamente la biblioteca.

Este microrrelato tiene la fuerza necesaria para ser empleado en publicidad. Sus imágenes son muy evocadoras y el desenlace no es esperado, resultando oportuno para publicitar, por ejemplo, una biblioteca.

Spot

Vemos en pantalla la sucesión de imágenes que presenta la historia: un viajero en la tundra, navegando en goleta, y buceando entre coral. Hay un combate con caníbales, que aparecen con el torso descubierto. Después, el aventurero sube a la cima de una montaña donde coloca una bandera; conquista a una bella mujer, derrota a un oso con una daga en medio de un bosque. Tras este último acontecimiento vemos como cae la noche y el viajero se acomoda junto a un árbol y cierra los ojos. La cámara va alejándose de la escena y nos muestra la totalidad del bosque, plagado de árboles. Las hojas de éstos van fundiéndose hasta parecer letras. De pronto, aparecen los ojos del viajero en primer plano, abriéndose de golpe.

-Vamos a cerrar -se escucha una voz en off.

Cuando la cámara va ampliando la escena descubrimos que el "viajero", vestido con ropas corrientes, se encuentra en una mesa de biblioteca, ante un libro. La sala está en penumbra.


Al final, sobre negro, podría utilizarse una cita de Jorge Luis Borges:

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca."

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